Hans van Manen, exbailarín y director coreográfico del Ballet Nacional de Holanda durante más de 50 años, donde creó más de 150 obras vanguardistas para su compañía baile, murió ayer a los 93 años. El fallecimiento de van Manen fue anunciado en un comunicado por Ted Brandsen, director del Ballet Nacional Holandés.
En su coreografías, Van Manen fusionó técnicas de ballet clásico y de movimiento contemporáneo para crear un estilo sobrio y abstracto que le valió el apodo de “el Mondrian del ballet”. También lo apodaban “el Harold Pinter de la danza” por su narrativa concisa, así como “el Versace de la danza”, porque su obra a veces cargada de homoerotismo.
Pero nada de lo anterior se aplica del todo a su obra, como observó en 1983 Anna Kisselgoff, entonces crítica de danza de The New York Times: “Lo gratificante es que sea él mismo: el Hans van Manen de la danza”, escribió Kisselgoff. A lo largo de su extensa carrera, Van Manen tuvo la distinción de ser coreógrafo residente de dos de las principales compañías de ballet de los Países Bajos: además del ballet nacional con sede en Ámsterdam, trabajó para el Nederlands Dans Theater de La Haya.
Sus coreografías se han presentado en numerosas salas importantes fuera de su país, como el English Royal Ballet, el San Francisco Ballet, el Stuttgart Ballet y el Alvin Ailey American Dance Theater de Nueva York.
La carrera de Van Manen en la danza comenzó a principios de la década de 1950 durante la ola vanguardista de la Segunda Posguerra, abarcó ocho décadas, y hasta bien entrados sus 90 años el coreógrafo seguía asistiendo a los ensayos y mantenía una presencia destacada en el medio cultural neerlandés.
Hans Arthur Gerard van Manen nació el 11 de julio de 1932, hijo de Gustav van Manen y Marga Lilienthal, en Nieuwer-Amstel, un suburbio de Ámsterdam conocido hoy como Amstelveen. Su padre se había criado en Alemania, su madre era ciudadana alemana y se habían casado en Alemania en 1926. Un año después, cuando ambos tenían 19 años, tuvieron a Guus, su primer hijo.
Por problemas económicos, la familia se mudó a los Países Bajos antes de que naciera Hans, y se mudarían al menos una docena de veces más antes de que el niño cumpliera 5 años. Su padre vendía chatarra para sobrevivir y más tarde encontró trabajo como vendedor de cosméticos. Murió de tuberculosis cuando Hans tenía 5 años y la familia se hundió del todo en la miseria.
El hermano mayor, Guus, ya adolescente, se fue a vivir solo, y Hans y su madre encontraron un departamento en un edificio junto al Stadsschouwburg, el teatro municipal.
“En los otros dos pisos de nuestro edificio eran todas prostitutas, así que en realidad era una especie de burdel”, explica Sjeng Scheijen, autor de la biografía de 2024, Gelukskind: Het leven van Hans van Manen (“Niño afortunado: La vida de Hans van Manen”). “A partir de ese momento, su historia parece salida de una novela de Dickens.”
Hans hacía trabajos esporádicos para “las damas”, como llamaba a las prostitutas, y así poder comprar comida y leña para calentar la casa, mientras su madre trabajaba como taquígrafa. Durante la Segunda Guerra Mundial, las escuelas cerraban cada dos por tres. “Era básicamente un niño de la calle”, dice Scheijen. Pero también encontraba la forma de gratificarse y ser feliz.
“Desde que tuve 7 años, lo único que quería era bailar”, dijo Van Manen en una entrevista de 2018. “Actuaba en el living, escuchando grabaciones en directo del Concertgebouw”, en referencia a la sala de conciertos de Ámsterdam.
Durante el último año de la Segunda Guerra Mundial, los Países Bajos sufrieron un bloqueo comercial que desató una hambruna conocida como el Invierno del Hambre. Las escuelas cerraron y Hans nunca se reincorporó: con apenas 11 años, su educación formal había llegado a su fin, pero durante décadas seguiría ampliando sus horizontes culturales a través de su trabajo y sus contactos personales.
Su madre le consiguió un trabajo como asistente de la peluquera y maquilladora del Stadsschouwburg. Hans disfrutaba muchísimo del trabajo y a los 16 años ganó un premio nacional de peluquería y maquillaje. Dos años más tarde, tras asistir a un ensayo del Ballet Recital, dirigido por la coreógrafa Sonia Gaskell, el joven preguntó si podía unirse a la compañía. Gaskell aceptó entrenarlo una vez por semana, pero terminaron peleados. “Lo echó pocos meses después”, dice. “Le dijo que nunca iba a llegar a nada”.
De inmediato Hans se puso a estudiar con otra pionera del ballet moderno holandés, Françoise Adret, directora del ballet de la Ópera Nacional de Holanda.
Más tarde Gaskell lo invitó a regresar y en 1951 le dio la primera oportunidad de actuar como bailarín profesional. Cuatro años después, creó su primera coreografía para Olé, Olé, la Margarita, una revista de variedades del cantante y actor holandés Ramsés Shaffy, y al año siguiente creó su segunda obra, Swing, para el Ballet Scapino de Róterdam. Su tercera pieza, para la puesta en escena de la ópera Feestgericht del Ballet Nacional Holandés, ganó el Premio Estatal de Coreografía en 1957.
Como artista, el joven Van Manen recibió la profunda influencia de diversas figuras de la cultura que se convirtieron en sus amigos, entre ellas el diseñador y artista holandés Benno Premsela y el fotógrafo norteamericano Robert Mapplethorpe.
Premsela se hizo conocido por hablar abiertamente sobre su homosexualidad en la televisión nacional holandesa en 1964, y van Manen, que ya en la adolescencia le había contado a su madre que era homosexual, se involucró activamente en el movimiento por los derechos de los homosexuales en los Países Bajos. En la década de 1970, conoció al fotógrafo y camarógrafo Henk van Dijk, con quien se casó en 1999, año en que los Países Bajos legalizaron el matrimonio igualitario en. Van Dijk lo sobrevive.
Van Manen mantuvo un círculo de amigos y colaboradores que lo acompañó a lo largo de los años y que incluía al diseñador Keso Dekker, al fotógrafo Erwin Olaf y al bailarín de ballet Rob van Woerkom.
Tras vivir durante un breve tiempo en París, donde trabajó con la compañía de danza de Roland Petit, en 1960 Van Manen se trasladó a La Haya para unirse a Nederlands Dans Theater, la nueva compañía formada por dos de los acólitos de Gaskell: la famosa pareja de ballet holandesa conformada por Alexandra Radius y Han Ebbelaar. A partir de entonces van Manen fue coreógrafo residente y codirector artístico de esa compañía durante una década.
Entre sus coreografías más conocidas de ese período se encuentra su ballet de 1963, Sinfonía en tres movimientos, el primero de ocho con música de Stravinsky, y que suele ser considerado como su gran “revolución” coreográfica. A partir de entonces creó un ballet tras otro, y para 1971 sus producciones ya eran más de 35.
Van Manen solía decir que su mayor influencia había sido George Balanchine, pero también incorporó la técnica de contraction and release de Martha Graham, así como formas más informales de danza popular, como el tap de Fred Astaire y Gene Kelly.
Van Manen se unió al Ballet Nacional de Holanda en 1973, donde asumió el puesto de coreógrafo residente y trabajó junto al director artístico Rudi van Dantzig. En ese momento, los bailarines principales del teatro también eran la pareja de Radius y Ebbelaar. Entre los exitosos ballets de van Manen se incluyen Adagio Hammerklavier, de (1973), y 5 Tangos (1977), dos creaciones que desde entonces se siguen representando con frecuencia.
En 1987 volvió al Nederlands Dans Theater como coreógrafo residente y allí se quedó hasta 2003, cuando volvió a ser coreógrafo residente del Ballet y la Ópera nacionales.
A lo largo de los años, ganó numerosos premios por sus coreografía, incluyendo el Premio Erasmus a la trayectoria —uno de los más prestigiosos de Europa—, el Grand Prix à la Carrière en Francia, y una condecoración real holandesa, la de Oficial de la Orden de Orange, que en 2018 le otorgó el rey Guillermo Alejandro.
En 2023, la Ópera y el Ballet nacionales organizaron un festival de danza para celebrar los 90 años de vida del bailarín y coreógrafo.
Incluso en su vejez, Van Manen siguió siendo un activo participante del mundo de la danza. Brandsen recuerda una gira internacional del Ballet Nacional realizada hace pocos años, donde después de una función van Manen se quedó despierto y celebrando toda la noche.
“En Rusia, Hans era como un héroe, lo trataban como a un dios”, dice Brandsen. “Después de la función hubo una recepción, y a las 2 de la madrugada, cuando el bar cerró, nos dijo: ‘Vamos a mi habitación’. En ese momento él tenía como 87 u 88 años, y yo estaba más para irme a la cama. Pero todos fueron a su habitación y estuvieron de fiesta hasta las 4 y media. Era sorprendente su fuerza vital”.
(Traducción de Jaime Arrambide)

