Pasaron casi veinte años de su consagratoria participación en el concurso televisivo High School Musical: la selección. Aquel chico Disney supo incorporar diversas y fascinantes capas a una carrera en constante transformación. Cantante, actor, bailarín, director, conductor, maestro, gestor de proyectos culturales, figura indiscutida de la comedia musical, Fernando Dente continúa haciendo camino en base a talento, pasión, estudio y perseverancia.
-¿Cómo empieza tu explosión artística?
-Fue algo muy deseado por mí, algo que busqué, es como si yo hubiera agarrado los planetas para que se alinearan. Yo tenía 17 años cuando entré a High School Musical. Venía trabajando hace dos años y estaba decidido a ser actor. Mi primer proyecto fue con Hugo Midón, que fue como una bendición para mí, fue mi maestro. Con él aprendí a ser profesional. Yo siempre crecí alrededor de gente muy profesional. Con Ricky Pashkus, que es mi socio, haciendo Hairspray junto a Enrique Pinti, todos artistas muy increíbles, atravesados por el deseo y el respeto a la profesión. Yo siempre decía que si hacía las cosas mal era absoluta responsabilidad mía, porque el ejemplo no podría haber sido mejor. Aprendí mucho. Esos primeros años fueron de mucho silencio, de observar. Yo soy el menor de cuatro hermanos y entonces siempre me tocó un poco ese rol de observador, de entender cómo van las cosas, no meter la pata, imagínate lo que era vivir en una casa con seis personas, familia italiana. Y esos años fueron de mucho aprendizaje, saber cómo se ensaya, cómo hay que tratar a un director, que al director musical se le dice maestro, un montón de cosas que a mí siempre me habían fascinado. High School Musical fue mi primer salto, el comienzo de la vida que yo quería tener. Ahí empezó todo.
-Sos un artista que emprende diversos quehaceres y muestra variadas facetas. ¿Es posible mantener una singularidad, ser uno mismo a pesar de la variedad de ámbitos en los que te movés?
-Es una gran pregunta que me acompaña, porque a veces en un solo día cumplo muchos roles. Yo creo que a todos nos pasa, en mayor o en menor medida. Vos no sos la misma acá que cuando estás hablando con tu familia o cuando te sentás a comer o vas a la peluquería. En mi caso, yo decía que soy yo cuando estoy frente a un micrófono, conduciendo, pero en verdad no sé si soy yo, estando ante cinco cámaras, en una escenografía, no lo sé, tampoco sé cuándo soy yo. Hago muchas cosas durante el día, como ahora en Company, donde tengo que dirigir a Alejandra Radano. Yo me di cuenta de que quizás me tocó ocupar determinados lugares de manera precoz, o antes de la edad que se supone que tienen que suceder las cosas. Y es así que intento encontrar mi propia manera de dirigir o de dar clases. Tengo 35 años y sé que algunas cosas que hago no las hace gente de mi edad.
-Hay que tener formación para eso, pero también libertad.
-Nombraste una palabra que hace muy poco descubrí que era la base de todo. Hay un director que yo admiro muchísimo, Jamie Lloyd, que dirigió Piaf, es inglés, también muy joven, que está revolucionando la escena mundial, es un genio, tengo la suerte de conocerlo, de haberme juntado con él, y yo siempre me pregunto, cuando veo sus obras, qué es lo que me fascina de este hombre, y me di cuenta de que era su libertad para poner en escena lo que él cree. Y si bien yo cuento con mucha libertad creativa, con un productor y un equipo que me siguen, a veces es uno mismo el que se va coartando. La famosa frase de que uno es su peor enemigo. A veces me hacía más preguntas que las que correspondían ante un proyecto. Y hoy mi trabajo más importante, cuando me subo al escenario, cuando conduzco, cuando doy clases, es despejar esa equis y que sea la libertad la que lidere.
-¿En qué momento sentiste que lo que hacías era recibido por el otro de la manera que vos querías?
-A mí me gusta pasarla bien, entonces acomodo las expectativas. Me acuerdo a los 15 años, haciendo Derechos torcidos, que una chica me mandó un mail diciéndome que me había visto en el teatro, y eso para mí fue el Oscar. Hay cosas, por ejemplo, una mirada con alguien a la salida del teatro o alguien que me para en la calle, o también ahora como director, cuando hicimos Despertar de primavera, una audición abierta con cinco mil chicos, de los que quedaron trece que hoy son una familia y yo los miro y digo qué loco y me siento de alguna manera responsable de haber elegido a esa gente y que ahora ellos se acompañen entre sí, y eso genera algo para mí, que va más allá que si la obra está buenísima.
-Ahora estás con dos proyectos, ¿verdad?
-Sí, estoy en Company, como director y actor, que estrena en enero. Y en marzo estreno Hairspray, que también dirijo, con la actuación de [Damián] Betular.
-¿El comienzo de un proyecto te da miedo o es el momento más creativo?
-Me encanta. Como actor no me gusta tanto el proceso de ensayo, pero como director me encanta arrancar desde cero y que todo empiece como a germinar. Me gustan mucho las reuniones, juntarme con el equipo y charlar, pensar, escuchar.
-¿Es la comedia musical tu lugar en el mundo?
-Sí, esa es mi isla. El teatro musical es mi club. Esa vocación nació a mis 10 años cuando fui a ver Chicago, con Sandra Guida y Alejandra Radano, en el Ópera.
-Y ahora estás dirigiendo a Radano.
-Es un sueño, yo creo que ella no es consciente de eso, porque yo no la quiero apabullar con todo lo que significa para mí, es como una cosa un poco surrealista. Aquel día, cuando la vi en el escenario, me cambió la vida. Y descubrí que el teatro es el lugar en donde podría estar todo el tiempo sin problemas.
-¿Qué trasladás de aquella familia italiana de tu infancia a tu universo artístico?
-Mis papás eran muy distintos y seguramente saqué cosas malas de los dos, pero también veo muchas de las cosas buenas que yo miraba en ellos. Mi papá trabajaba todos los días, se levantaba, iba, volvía, con un gran empuje, siempre para adelante. Y mi mamá, bueno, me encantaría ser como mi mamá, pero no estoy ni cerca, era como un ángel, con un carisma, una inteligencia emocional, y era muy amable, muy genuina, sabía leer a las personas y a veces me gusta creer que algo de eso aprendí.
-¿Qué cambios sociales propios de esta época aceptás y rechazás?
-Yo no compro un manual. Creo que todo lo tenemos que repensar, si de verdad algo avanza hacia algún lado o es lo mismo con otro color. No acepto el maltrato o el acoso. Por suerte nunca me tocó vivirlo de cerca, porque ya empecé a trabajar con ese cambio, pero escuché anécdotas de gente que revoleaba sillas, y digo qué innecesario. Hoy, con las nuevas generaciones, no se puede trabajar así. Con ese modo no se puede sacar nada bueno. Hay cosas que son milenarias, como el teatro, que tienen una manera tradicional de hacerse, algo que está probado y funciona. La letra la tenés que saber, es así, siempre fue así. Nadie se me rebeló con eso, porque con eso no se jode. El paso es el paso, la nota es la nota. Hay muchas cosas que tiene el teatro musical que sirven para ordenar.
-Nombraste a tus maestros Hugo Midón, Ricky Pashkus y Enrique Pinti. ¿Qué llevás de cada uno de ellos?
-Hay una frase de Hugo que es lo que me habilitó a hacer todas las cosas distintas que hago, que es “no hay rosas para chicos y grandes, hay rosas”. Y para mí eso se traduce a que las cosas están bien hechas o mal hechas. Ricky es todo, es como mi papá, él habla mucho de la fe infinita, que es como esa lealtad a uno mismo, ante todo. Si es un error va a ser mi error y si es un acierto va a ser mi acierto. Ricky mueve montañas y me inspira mucho su potencia. Y de Enrique me queda su amabilidad, era la persona más amena, cálida, que hacía que todo fuera fácil. Todo con él era como una fiesta. Es muy lindo que el líder de un proyecto genere esa energía.
-En este programa hablamos del aura, de eso que no se puede repetir, del alma auténtica que tiene una obra de arte. ¿Qué momento, qué historia tuya, posee esa aura?
-Hay algunos momentos de mi profesión que puedo nombrar. Uno, sin dudas, es cuando quedé seleccionado para High School Musical, que fue como si se hubiera abierto el portón de un hangar de aviones y entrara una luz para empezar la aventura. Cuando quedé en Hairspray, el primer musical que hice. Peter Pan, en el Gran Rex, que fue algo muy mágico y de una conexión con mi mamá muy especial, porque ella se llamaba Ada y hay un momento de la obra en donde la campanita muere para salvar a Peter Pan y en la obra Peter le pedía a todo el publico que, si creía en las hadas, se parara, y ahí campanita revivía. Siempre el escenario tiene un aura especial. Para mí el teatro es un espacio de sanación o de recarga.
-¿Existe el aura en la televisión o el streaming, espacios que también transitás?
-Para mí la tele es un espacio de mucha diversión. Yo era el menor de cuatro hermanos y yo estaba solo en mi casa y veía televisión todo el día. A la noche me cargaban porque me sabía todas las publicidades. Y ahora me parece muy divertido haber terminado ahí. Y me encanta, me encanta la gente que hace tele, sienten un amor por la tele que es único e intransferible. Lo que más valoro de la tele es el alcance que tiene. Que lo que uno está haciendo que pueda ser visto por gente de todo el país es un atajo enorme.
-En tu rol de maestro, ¿solés encontrar en los alumnos alguna gema, eso que hay que trabajar y pulir?
-Yo crecí con un fantasma que era el carisma, porque una vez me dijeron que yo era angelado y carismático y no entendía que era eso y me molestaba no entenderlo. Y como maestro me baso mucho en la formación, miro cómo está ese instrumento. Si un cuerpo toma tres clases de ballet por semana su postura es otra, se ve el progreso. Mi foco siempre está puesto en el entrenamiento. Hay que entrenar bien. Y eso te habilita a descubrir lo que todos tenemos, aunque de distintas maneras. Sin esa estructura, eso no se puede conseguir. La formación es todo. A veces me preguntan dónde hay castings, y yo digo que no, castings no, clases. Yo estudiaba desde los 10 años, y cuando más estudié fue entre los 17 y los 25 años, cuando yo decía que no estaba listo. Yo sabía que estaba verde, verde, verde y que tenía que entrenar un montón.
-¿Cuál es tu propia gema?
-Una gema es como algo único, y yo lo que tengo lo veo en un montón de personas, y no es falsa modestia. Lo que veo es el amor profundo por el teatro, ese respeto, esa cosa casi religiosa.
-¿Y qué hay de tu vida personal?
-Me siento muy acompañado. Con Pablo, mi novio, que también es actor, nos sabemos acompañar de una manera muy linda, única, divertida, luminosa. Sin dudas yo puedo hacer todo lo que hago porque tengo al lado un compañero que no me genera ningún problema, lo cual no es poca cosa, y que me celebra y me acompaña. Es alguien con quien cuento.

